A veces te toca hacer esa sesión que nunca querrías hacer.

La sesión de fotos de un adiós, de una despedida.

La sesión de fotos que nunca querrías hacer, sí, pero aquella en la que el honor de poder ser partícipe, supera todo lo que conlleva.

No son las únicas veces que me han pedido algo así, pero sí voy a hablaros de dos sesiones de despedida: La de Noël y la de India. Por cercanía, por amistad, por saber demasiado, por querer demasiado, por haber vivido lo mismo, por no querer decir adiós yo tampoco y el tener que enfrentarme al reto de hacer una sesión feliz de un momento triste,tan triste como inevitable.

“María, necesito unas fotos de India” “María, puedes venir a hacerme unas fotos con Noël?”

En ninguno de los dos casos tuve que preguntar el motivo. Ya sabía y no quería saber.

Y necesitaba alcanzar el punto que me permitiese realizarlo con éxito y con toda la alegría que se pudiese extraer. Unas fotos para un resumen de vida,para celebrar la vida, unas fotos para condensar un amor y que sin remedio serían vistas cuando uno de los protagonistas ya no estuviese… Y necesitaba que la historia fuese tan real como lo que acabo de escribir. Porque para escribir una historia hay que saber leer. Y porque no es lo mismo contar un argumento que contar una historia.

Y es que detrás de esas peticiones había muchas cosas, y, sobre todo, había que ser capaces de mantener la empatía a raya para conseguir el éxito.

Se trataba de hacer unas fotos que gritasen: “Adiós, amigo/a, lo hemos hecho los dos lo mejor posible, vete tranquilo/a, todo está bien”.

Y eso es lo que convierte a estas dos sesiones en las más importantes de mi vida, por encima de eventos importantes, grandes óperas, conciertos, bodas… son sesiones fotográficas sin precio porque ponerles un número no solo es improcedente sino porque tienen un valor incalculable. Y si no supiese sentirlo como un privilegio, no sería la persona adecuada para hacerlo.

Desde aquí, mi amor, mi agradecimiento y mi honor para Marisa y para Mónica. Mil gracias. A vosotras y a India y Noël.

 

Una fotógrafa puede fotografiar cientos de historias de amor en su carrera, pero una, sólo una merecerá titularse así: Amor.

Amor con mayúscula inicial, a lo grande, a lo clásico, a lo Lope, a lo Becquer, a lo Metro Goldwing Mayer

En 2005, mi historia de Amor lo protagonizaban María, Toño y Pérez. Y sí, María tenía cáncer y maldita falta que nos hacía.

Y es que no era eso lo que queríamos plasmar, pero el muy canalla estaba demasiado presente ya para exigir su cuota de protagonismo. Y como tampoco podíamos borrarlo, le hicimos un hueco.

Así que reímos mucho, lloramos un poquito, nos maquillamos, nos subimos por los muebles y sí, brindamos por la vida y porque ser guerrera a la fuerza es una mierda, pero si hay que ir, se va.

Y, ya que estábamos y yo llevaba la cámara, fotografiamos el amor.

Porque amores hay muchos, pero lo de estos tres nada tenía que envidiar a los de LOpe, Lopillo, cuando escribió estos, para mí, inconmensurables versos.

Desmayarse, atreverse, estar furioso,
áspero, tierno, liberal, esquivo,
alentado, mortal, difunto, vivo,
leal, traidor, cobarde y animoso;

No hallar fuera del bien centro y reposo,
mostrarse alegre, triste,
humilde, altivo,
enojado, valiente, fugitivo,
satisfecho, ofendido, receloso;

Huir el rostro al claro desengaño,
beber veneno por licor suave,
olvidar el provecho, amar el daño;

Creer que un cielo en un infierno cabe,
dar la vida y el alma a un desengaño:
esto es amor, quien lo probó lo sabe.

Lope de Vega

                                                                                             María Martul. 2005

Puede ser que una vez sea cuestión de suerte: de conocer a la gente adecuada, de estar en el momento justo en el sitio exacto, de una frase pronunciada o callada, de que se te ponga el viento de cara, o que te empuje las velas… a veces existe la suerte de que te caiga un trabajo bombón, o que de un trabajo normal surja una foto bombón. A esa foto bombón yo la llamo La Foto.

Fue suerte lo que nos hizo a Rosa y a mí conseguir ser las últimas fotógrafas del mundo en poder fotografiar la Bolsa del Metal de Londres, el LME, en su ubicación histórica antes de trasladarse, tras mas de cien años desde Whittington Avenue a Finsbury Square.

Fue suerte que en la vorágine pudiese captar esa expresión, esa decisión, ese momento que para mí condensa todos y cada uno de los sentimientos que se producen al pisar el famoso ring.

También fue suerte que consiguiese, siendo una fotógrafa casi nóvel, la entrada franca a los camerinos de la ópera, fue casualidad que saliese justo en esos últimos minutos antes de que por altavoces anunciaran el inminente comienzo de L’elisir D’amore, que el actor hubiese decidido fumar aquel cigarro…

¿Suerte? Puede ser. la cuestión es que a veces consigues LA FOTO.

La Foto con mayúsculas. Esa foto. La Foto es esa foto que sabes que es perfecta antes incluso de disparar, aquella que no necesitas bajar la cámara para saber que esa foto merece todo el trabajo del día. Y sí, de cada día de trabajo puede haber varias fotos muy buenas, algunas incluso excepcionales en días especiales y no existir La Foto: esa foto que llevas en la cabeza en el camino de vuelta a casa y que no puedes esperar a verla al descargar. Esa foto es magia.

Y la magia puede depender de la suerte. O ser suerte en sí. O no.

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